De diez pesetas, echábamos cinco a la limosna,
con las otras cinco, comprábamos
peta zetas, caramelos ácidos, que explotaban en lengua.
Desde el banco, competíamos a lanzar pepitas de sandía
o huesos de aceituna, lo más lejos posible.
Después, en casa, escupía la cena,
sesos de conejo, lengua de ternera, callos de cerdo.
Mi madre me dejaba sola, frente al plato
en la cocina, yo miraba
formarse una película de grasa sobre la sopa
al vecino del patio
pasear desnudo.
No había ira en la inocencia, la crueldad
era pura, el júbilo,
intenso. Yo le daba
puñetazos a la almohada, rompía los cuadernos
si la caligrafía no me salía perfecta. Una vez,
de una patada, rompí la puerta.
Llevaba un vestido con dibujos de limones, lazos en el pelo, sandalias
blancas. Mi primer novio se llamaba
El Fuerzas. El paseo duró del caño a la cuesta. De allí
me fui corriendo, a cepillar
mi lengua con jabón.
El mundo luce, es primavera,
hay una lluvia de hierba,
pétalos, semillas, polen, dibujos de tiza por el suelo.
Quiero subir a un hombre cuerdo
a un helicóptero, conducirlo y ver
si nos matamos. Pero ya no podemos
morir haciendo algo temerario, es la muerte
la que nos sorprende a nosotros, la infancia es
ahora de otros, la perplejidad, la ira o la risa
son placeres viejos.
(Yo tenía ya veintiún años, él diez, u once, quería que yo fuera
a recogerle a su colegio. Pensé que sólo quería presumir
de que conocía a una extranjera. Le esperé en la puerta, le llevé a tomar
café, no recuerdo de qué le hablé.
El niño abrió mucho los ojos, lo tragó todo, no dijo nada.
«Nunca había probado el café, vomitó por la noche», me dijo la madre.
«Creo que está enamorado
de ti.»
Sí,
los que arriesgan
son ahora otros.)
Susana Barragués (Bilbao, España, 1979). Licenciada en Ciencias Ambientales por la Universidad de León y en Humanidades por la Universidad de Burgos. Poeta.