Nunca supiste que tuvimos amores hacia finales del cincuenta y siete.
Eras entonces una actriz de reparto y yo simplemente un extra, en el rodaje de mi rumboso sexto de bachillerato.
Por eso tu recuerdo, en la falsa neblina de los fumadores aprendices, eran tan pegajoso como los chiclets Adam’s, tan enervante como el coctel de ron con cocacola y más contagioso que los boleros de los Panchos.
Tengo viva la rabia por tus incumplimientos a mis fiestas de rumbas y nostalgia, donde estuve esperándote. Y no acepto todavía tu tonta excusa de filmar en Hong Kong o viajar a la metro goldwin meyer a recibir el Robert Wagner que te habías mandado hacer sobre medidas.
Te fui entonces infiel con una colegiala, que impedida de copiarte los senos te plagiaba el peinado y prometí incumplir las descaradas citas que me dabas en el neón tristón de los teatros.
Sin embargo, seguimos tropezando en las penumbras de mi cine continuo de los sábados y era evidente que algunas de tus miradas más picantes tenían la dirección de mi butaca. Pero tu escandalosa vida de farándula me obligó a desistir de ofrecerte el papel estelar en la película de mi historieta provinciana.
Ahora, un poco más antiguo pero igual despistado, me entero de tu muerte, ahogada en un lago de uisqui y el colegial que ocultan mis solapas me ordena enlutecido que te escriba esta carta.
Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, Colombia, 1942). Abogado y pofesor universitario. Poeta y ensayista.