1.
Cruzar las puertas de sí mismo
hacia destierro de todas las penurias.
Decir adiós con un respiro
y esta quietud para llorar es nueva.
Juntar valor para quemar las naves,
disolver el pasado, aún para siempre,
y descubrir, después de todo,
que el corazón se ha mantenido intacto.
Intacto el corazón como leal a algo
que tú no percibiste y que estaba
en el valor de renunciar a un solo aspecto,
por cobijarse en todos los aspectos.
Intacto el corazón como leal a algo
que no es tú mismo solamente.
La lealtad te ha trascendido
como una flecha arrojada hacia lo alto,
y a pesar de los desgastes que has llorado,
---espejismos ambiguos, meras fórmulas—
cruzaste las puertas de ti mismo
y mantienes el corazón intacto.
2.
Allí donde conservas
intacto el corazón,
porque aún no ha llegado
(o hace tiempo, hace mucho)
el pánico que augura
la angustia más entera
de crecer y saber
que nunca estuvo antes
el corazón intacto.
Allí donde se inician
los portales hirientes
para verse a sí mismo
para verse y no verse
porque aún no has cruzado
los umbrales del cielo
y quieta permaneces
ignorando el camino.
Pero cuando, de pronto,
con un gran estampido,
ese amor aparezca
nuevamente maldito,
milagroso, bendito,
y tengas que parirte,
allí donde conservas
intacto el corazón…!
Teresa Porzecanski (Montevideo, Uruguay, 1945). Licenciada en Ciencias Antropológicas, Doctora en Trabajo Social con posgrado en Hermenéutica. Docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. Novelista, autora de relatos, poetisa y ensayista.