Con la imprecisa luz de la tarde y el alba
pinto una antigua esperanza y una roja inocencia.
El rojo le habla al niño, aquel adán que puso
un nombre a cada cosa.
Y el nombre era su fiesta.
El morado musita sus palabras heladas
al oído del viejo.
Aquel niño,ese viejo, somos quizá nosotros.
Hubo una vez un patio, con un pozo, una sombra,
una cancela que abría
un jardín de nísperos y dalias,
un esplendor de azul, claro y festivo,
un cielo de verano,
y una fuente casi ciega a un lado del camino.
Aquel niño, ese viejo, sus emblemas
rojo y morado, imágenes
para arañar el tiempo, o pintarle en su mármol
una obstinada eternidad.
Una vez hubo un patio, con un pozo, un verano,
una cancela abierta. Pero ya está cerrada y le canto y no entiende.
Primavera
I
ABRIGUITO de punto inglés, a cuadros, y un sombrero
de domingo de boda (mañana domingo se casa Perico
con una gitana que atranca la puerta...).
Una niña muy guapa en medio de una calle
por donde nadie pasa y unos olmos desnudos
abren sus brotes nuevos, verdes hojas,
ojos de niña nueva, verde abril.
Esta niña me mira desde un viejo retrato y aún no sabe
que naceré en dos años y un día seré su hermano.
Pero ahora mismo ella aún me mira
como si todo ya se hubiera dicho
en el brillo reciente de estos árboles.
Hay una reina blanca que despierta
por dentro de los troncos y la llevan las ramas
hasta el fin de la calle, por plazas y portales,
por dédalo de esquinas y revueltas...
Luego la niña blanca no volvió.
Ahora la estoy buscando: -¡Aurora! Y tiene
ya no sé cuántos años, cuántas calles.
Cruzo entre nieblas blancas y echo a andar, ¡Aurora!,
por el retrato adentro, antes que sepa, antes.
Antes que la gitana (mañana domingo se casa
Perico y atranca la puerta con una...).
¡Avellanas,
agua del Avellano, manises. cacahué!
El hombre se ha parado enfrente con su cesta.
-¿Pero la ha visto usted? Abrigo corto, trenzas... El gentío
bulle en Puerta Real hasta plaza Bibrambla. Y un globo
se ha escapado hasta un cielo imposible, atónito, perdido.
¡Aurora! Y allá lejos el río, rezumando de nieve,
y allá las huertas blancas y las tablas de habares.
II
DESPUÉS la niña blanca no volvió.
Hace más de diez años que yo guardo esta foto.
Cuando abro el cajón para mirarla,
la casa se me escarcha de repente
y las manos no aguantan tanto peso.
Tantos olmos de abril en medio de la calle
con su savia despierta golpeando en mis sienes,
manchándome de verde la yema de los dedos.
Y va este cuarto todo, conmigo, a la deriva
rodando años abajo, sin encontrar el fondo,
como quien va en un buque de noche y no sabe si tiene
una estrella de mar entre las manos o un lucero en la frente.
Quien mira su niñez se hace un fantasma.
Calles de los cincuenta con su escolta de olmos
ya talados, ardiendo en el magnesio, crepitando
sobre el papel de la fotografía.
Quien os mira se ha hecho una estatua de sal.
José Julio Cabanillas (Granada,1958). Poeta, novelista y traductor. Licenciado en Historia. Desarrolla labores docentes en Sevilla.